El amor por viajar floreció en mi primer encuentro con la capital del país más grande del mundo: Moscú. La ciudad me impresionó por monumental y cosmopolita: africanas con kangas, indias con saris, árabes con togas, musulmanas con burkas... Enseguida pensé: "tengo que conocer los lugares de origen de estas mujeres". En esa travesía casi pierdo el avión, pero no perdí las ganas de pulular por la tierra.
El destino no estaba en los planes, pero conocer India marcó un antes y un después en mi experiencia como viajera. Por su gran diversidad de culturas e influencias no puedo hablar de este país como si fuera uno solo, pero lo cierto es que me recibió con una sonrisa, con aromas diferentes a los que estaba acostumbrada y con colores brillantes que poseen, para su pueblo, propiedades mágicas. En ese momento, viajar se volvió oxígeno.
Llegué a Río de Janeiro para descansar, relajarme. Dejé mi valija en el hotel y salí a caminar. Pronto me olvidé del agotamiento que me aquejaba y comprendí que esta es, como dice su himno oficial, una Ciudad Maravillosa. En la Avenida Atlántica, en esos icónicos mosaicos blancos y negros con forma de ondas que bordean la playa de Copacabana, sitúo mi adoración por recorrer el globo.
